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Jesús García nació en el pueblo nuevo de Belchite, hizo el servicio militar en Madrid, trabajó en alguna fábrica auxiliar de la industria automovilística de Zaragoza y volvió a casa para dedicarse a los cereales y los olivos, que han sido la fuente de riqueza tradicional de su comarca. En Belchite tuvo a sus hijos. Sus primeros recuerdos son del principio de la década de 1970, cuando habían pasado 32 años desde la batalla más simbólica de la Guerra Civil y seis más desde que el último vecino del Viejo Belchite abandonó su casa acompañado por la Guardia Civil. En esa época, los niños jugaban en las ruinas de la guerra.
«Buscábamos balas, porque las bombas ya se las habían llevado los niños cinco años mayores que nosotros. Las balas republicanas eran puntiagudas; las nacionales, redondas. Las republicanas tenían la pólvora roja y en cuadraditos y las nacionales eran como ceniza. Con la pólvora hacíamos montoncitos y los hacíamos estallar. Los proyectiles los poníamos a calentar, los agujereábamos y con ellos hacíamos cuentas para collares. Es una locura, es un milagro que no nos matásemos todos».
Los juegos de los niños de Belchite incluían expediciones a las bodegas del pueblo maldito y a las techumbres de sus iglesias, que habrían de sucumbir en pocos años. Jesús García es un hombre encantador en su manera de contar la vida en Belchite. «Nunca dejamos de jugar con otros niños porque nuestras familias hubiesen estado en un bando y las suyas en el otro», dice. Belchite no era un pueblo traumatizado por su verano negro de 1937.
Y, pese a ello, su memoria parece hoy incómoda: ha tenido que aparecer una fundación estadounidense, la World Monuments Fund (WMF) para que Belchite salga en las noticias. Las ruinas del pueblo viejo están, desde ayer, en la lista de los 25 sitios cuya salvación es urgente. A su lado aparecen el patrimonio histórico de Gaza y la Ciudad Antigua de Antioquía. ¿Qué significa urgencia? «Cada vez que vengo me encuentro un muro que se ha caído», explica Pablo Longoria, director ejecutivo de WMF para España. Su institución no invertirá dinero en el pueblo, pero lo pondrá en el escaparate ante sus donantes estadounidenses.
¿Y las Administraciones Públicas? Junto a Longoria, María José de Andrés, gerente de la Fundación Pueblo Viejo de Belchite, Carmelo Pérez, el alcalde del municipio, y Joan Sastre, un ingeniero mallorquín que convenció a la WMF de que el caso de Belchite merecía su atención, explican que los Presupuestos Generales del Estado aprobaron en 2022 una inversión de siete millones de euros en seis años para afianzar las ruinas (nunca reconstruir) y facilitar la visita y los estudios del recinto. Entonces llegó el último ciclo electoral, el Gobierno traspasó el expediente de Belchite del Ministerio de Transportes (antes Fomento) a la Oficina de Memoria Democrática, dependiente de Presidencia, el PP arrebató el Gobierno de Aragón al PSOE y 2025 cayó encima sin que un solo euro llegara al pueblo.
En Belchite, las pequeñas obras que se han hecho en los últimos años (alguna reparación en la Iglesia de San Martín y en el Convento de San Rafael) han costado unos pocos cientos de miles de euros procedentes de las administraciones locales. Con siete millones sería posible afianzar todo lo que queda de Belchite viejo, acondicionar sus calles y crear un centro de estudios, explican María de José Andres y Félix Pérez.
¿Cómo es posible semejante abandono en un país que tiene una ley de memoria histórica desde 2007? Quizá se deba a que Belchite no representa una historia de buenos y malos, a que no ofrece ningún alivio ético fácil. En verano de 1936, contingentes de requetés y falangistas catalanes llegaron al pueblo (entonces, de 4.500 habitantes), se encastillaron e hicieron de él una base cercana al frente y encarcelaron y fusilaron a los vecinos a los que consideraron hostiles. El alcalde socialista Mariano Castillo narró la represión en una serie de cartas, fue mutilado, se suicidó y se convirtió en un símbolo de ese año de represión falangista. 500 personas murieron.
En agosto de 1937, la República lanzó una estrategia dirigida hacia Zaragoza que tenía el fin de distraer al ejército de Franco del frente del Norte. El jefe de su Estado Mayor, Vicente Rojo, previó que Belchite caería en un día. Aguantó 14, hasta que los republicanos encontraron una grieta.
«Hay muchas teorías de por qué fracasó el ataque. La idea general es que los republicanos combatieron con milicias y que no estuvieron organizados», cuenta Jesús García. «Al final, aprovecharon que una acequia pasaba bajo de la iglesia de San Agustín. Abrieron un agujero en el suelo y entraron a el pueblo. La gente en el interior estaba sin agua y agotada, no resistió más... Intentaron huir por la Puerta del Pozo [al sur del pueblo]. En las montañas, los suyos encendieron hogeras para que tuviesen referencias y escaparan pero la represión fue brutal».
A los republicanos los habían fusilado. A los falangistas los mataron a bayonetazos en la Plaza Nueva de Belchite, en un espacio más o menos cuadrado donde hoy apenas quedan unos muros de ladrillo. Al final de ese verano, Belchite había dejado 5.000 víctimas. Mil de ellas, civiles.
De modo que no es fácil contar Belchite como ejemplo moral de nada.Franco lo intentó. «Yo os juro que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par», dijo el dictador, que ordenó que el viejo Belchite no fuese restaurado, que quedase ante el mundo como símbolo de «la barbarie roja».
Pese a ello, los vecinos volvieron a sus casas tras la Guerra y sólo las abandonaron poco a poco durante los siguientes 24 años.«De la destrucción que vemos, el 30% viene de la guerra. El otro 70% es tiempo y abandono». Hubo bienes expoliados.Al principio, los mismos vecinos desafiaron la vigilancia de la guardia civil para recuperar los balcones de hierro de sus antiguas casas.Después, los ladrones se profesionalizaron. «Ese fue un tabú durante muchos años», recuerda Jesús García. «La gente mayor no quería ni oír hablar del pueblo viejo». Hasta la decada pasada, el escenario de la batalla, un perímetro compacto con sólo tres entradas, no tuvo ningún control.
Hoy, el viejo Belchite, en su estado actual de ruina, es conmovedor como una ruina griega en ojos de un poeta alemán. También es fotogénico: Spiderman; Lejos de casa y The Walking Dead han incluido planos filmados entre sus restos. Jesús García y Félix Pérez dicen que su arquitectura mudéjar sería hoy una atracción para turistas de toda Europa si se hubiese conservado. No hay ningún motivo para llevarles la contraria.
Y sí, el pueblo nuevo de Belchite existe. Tiene 1.500 habitantes y, a través de la Fundación Pueblo Viejo de Belchite, atrae a miles de escolares de Aragón a sus programas educativos. «Mis hijos se han queddo en el pueblo. En mi generación eso no pasaba, el que podía irse se iba», cuenta Jesús García.